(contra)memorias, por mario rabey


más de cuarenta años de construcción cultural de la Civilización, contra una Civilización que destruye y se destruye


contracultura es la reacción de las culturas

Otras historias

27. Amílcar Herrera y el Proyecto de Tecnología Apropiada en los Andes


Así, un día de octubre de 1981, María, Pablo, Eva y yo nos subimos en Valença a un ómnibus que ya venía viajando hacía dos días desde Fortaleza, para bajarnos un día después en la Rodoviaria de Sao Paulo.

Allí nos tomamos un taxi hasta la casa de Alejandra Herrera, la hija mayor de Amílcar Herrera. No recuerdo si ella sabía que estábamos llegando, ni tampoco sí su padre sabía que yo estaba yendo a visitarlo para conversar sobre La Larga Jornada, un notable libro que había escrito Amílcar, culminando una trayectoria donde se había consolidado primero como uno de los más importantes geólogos de América Latina, para luego ser uno de los impulsores de un pensamiento alternativo en la política de la Ciencia y la Tecnología (junto con ese otro notable de las décadas del ’60 y el 70, Oscar Varsavsky) y luego, como director de la Fundación Bariloche , había dirigido el trabajo y la publicación llamada ¿Catástrofe o Nueva Sociedad?- El Modelo Mundial Latinoamericano, desde el cual un grupo interdisciplinario de científicos contestó al catastrofismo de Los límites del crecimiento, publicado unos años antes por el Club de Roma.

Con Alejandra nos conocíamos desde la época del Colegio Nacional de Buenos Aires, cuando, pese a que ella era unos años menor que yo, habíamos compartido un grupo de referencia y algunas pequeñas aventuras. En esa época, también había conocido en su casa a Amílcar, pero sin mayores consecuencias. Pero ahora, unos meses antes, José Luis Damato me había puesto en contacto con La Larga Jornada, un libro donde Amílcar desarrollaba ampliamente la categoría sintropía –también conocida como negentropía- como tendencia opuesta a la entropía, y que explica la evolución de los sistemas vivientes –y sociales- hacia formas de niveles crecientes de complejidad y auto-organización.

Pasamos entonces algunos días en la casa en Sao Paulo donde Alejandra transcurría su exilio junto con su marido y sus pequeños hijos. Después, nos fuimos a Campinas, donde vivía Amílcar, entonces Director del Instituto de Geociencias de la Universidad Estadual de Sao Paulo. Allí me pasaron dos cosas que transformaron el curso de mi vida durante los siguientes veinte años. En primer lugar, me entusiasmé con al figura de un científico maduro, con un pensamiento interesante, brillante y amplio, dirigiendo un centro de investigación. Hasta ese momento, yo había tenido contacto –e incluso trabajado- con algunos personajes semejantes, pero ninguno me despertó tanta simpatía, empatía y seducción como Amílcar.
CECITEB - Edificio construido aplicando los principios de
la tecnología apropiada, tal como fueron establecidos por Amílcar O. Herrera
Barrancas, Puna de Jujuy, 1986

En segundo lugar, Amílcar me proveyó de un interés para la investigación mucho mayor que el de la mera indagación academicista sobre cuestiones que aún siendo fascinantes -como la ecología cultural de los Andes y su relación con la ritualidad indígena que yo había explorado hasta ese momento con Rodolfo Merlino- no pasaban de constituir un ejercicio intelectual. En esa época, Amílcar estaba dirigiendo un Proyecto –en el marco de la UNU, Universidad de las Naciones Unidas-, sobre investigación y desarrollo de tecnología apropiada, a la cual él entendía como una producción endógena, donde se combinan conocimientos científico-tecnológicos con conocimientos propios de poblaciones locales.
La idea me entusiasmó, conversé largamente con Amílcar sobre su posible implementación en el mundo andino. Cuando emprendimos viaje a Buenos Aires, unos diez o quince días después, yo ya estaba decidido a intentar iniciar un proyecto de tecnología apropiada en la Puna de Jujuy.

Al llegar a Buenos Aires, mientras continuaba la actividad en GIDEA, comencé a armar una presentación para postularme a ingresar en la Carrera del Investigador Científico y Tecnológico del CONICET, con un Plan que titulé "Antropología Aplicada a la Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada", para lo cual preparé, junto con Rodolfo Merlino (quien iba a ser mi Director de Investigación) un artículo con el mismo nombre, que presentamos para su publicación y fue aceptado en una revista especializada que dirigía Roberto Marcellino, un biantropólogo cordobés que tenía una posición importante en el CONICET en aquella época. Aceptaron firmarme notas de referencia el antropólogo Edgardo Cordeu, el abogado Alberto Castells y el médico investigador en neurobiología Jorge Affani (a los dos últimos los había conocido en la Universidad del Salvador, al primero en la UBA). La propuesta fue presentada a principios de 1982 y habría de ser aprobada a fines de año.

Bibliografía de Referencia:

HERRERA, A. O., 1981. The Generation of Technologies in Rural Areas. World Development, 9: 21 - 35.

MERLINO, R.O. y M. A. RABEY, 1981 (1983). Antropología Aplicada a la Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada. Publicaciones del Instituto de Antropología, 37: 7-21. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad Nacional de Córdoba. Argentina.


26. Una estadía en Brasil, en familia, en 1981

Nos sacamos unos pasajes de ida en avión y nos fuimos de un tirón a Salvador, Bahia, una ciudad donde yo había estado diez años antes carnavaleando junto con Pedro y Hernán Pujó y Julio Salvidea. Ahora, el viaje era con mi esposa María y mis dos primeros hijos Pablo y Eva, que entonces tenían tres y dos años.

Llegando al aeropuerto de Salvador, nos alquilamos un Wolkswagen (un escarabajo) y nos fuimos para el lado del centro histórico, para Praça da Sé, un bello lugar en cuyos extremos están la Catedral y la Iglesia de San Francisco. Allí nos ubicamos en un hotel muy popular y barato. En esa época, el casco histórico era un barrio popular (los turistas iban poco y los bahianos de clase media para arriba solamente iban a misa). Al costado, comenzaba el Pelourinho, en esa época un área de hábitat muy popular, bastante desordenado y divertido, donde incluso se encontraban gallinas y chanchos por las calles (que obviamente vivían en las casas con sus dueños). Praça da Sé era entonces una zona de putas, que empezaban su trabajo bastante temprano por cierto. Las más lindas estaban habitualmente en un lugar más destacado, una especie de plataforma, donde había una cruz de unos dos metros de alto, que parecía marcar un lugar aproximadamente intemedio entre las dos iglesias. Las chicas se encariñaron enseguida con Pablo y Eva ("as crianzinhas").

En tren de conocer de todo, y aprovechando el auto, uno de esos días fuimos a Itapua, que entonces estaba dejando de ser un pueblo de pescadores negros, y se estaba conurbando en Salvador. Nos sentamos a comer unos pescados en un restaurancito cerca del mar y nos atendió muy bien un mozo supersonriente. A los dos o tres días, volvimos para pasear por la playa de Itapua, y mientras caminábamos, vimos un grupito de jóvenes (negros), en malla, agrupados al lado de unas rocas, y haciendo algo que no alcanzábamos a divisar. Para nuestra sorpresa (y susto), uno de ellos vino corriendo hacia nosotros. Era Joao, el mozo de unos días antes, que venía a ofrecernos una pinaúna, un erizo de mar: los habían estado recogiendo entre las rocas y lo que veíamos era el grupo de muchachos asando los erizos.

Claro que ahí nos hicimos amigos y, en pocos días, Joao nos había conseguido una buena casa en alquiler, de estilo local, cerca de la playa y a muy buen precio. Allí nos quedamos un mes, tiempo en el cual apareció gente nueva. Pipo Lernoud llegó y alquiló una casita cerca. Después llegó Claudio Kleinman, a quien habia conocido en Pan Caliente, que se quedó en casa un tiempo. Desde entonces recién volví e encontrarlo después de haber escrito estas notas, en un concierto organizado por Luis Calcagno y Patricia Mo, desde Mucha Madera, en La Casona de Colombres, en marzo de 2009. Lo volví a encontrar tocando la guitarra y cantando blues, como la última vez que lo había visto, recostado en una hamaca paraguaya en nuestra casa en Itapuá, veintiocho años antes.

Nosotros fuimos a varios terreiros al candomblé, incluyendo un par de candomblés de caboclo, uno de los cuales era el de Itapoá, donde participamos en una batida de candomblé dedicada al "cumpleaños de la patria" - siete de septiembre, día de la Independencia (le hicieron torta con velitas y le cantaron "parabeins pra você", mientras las filhas do santo entraban en trance y eran cabalgadas cada una por su respectivo santo da cabeza)-. También pasaron por ahí una turma de hippies brasileros y argentinos, en un colectivo y se fueron para Arembepe, un pueblito de pescadores más alejado. También comimos mucha comida bahiana en base a pescado (moqueca de peixe, sopado de peixe), porque Joao era un cocinero excelente. La mujer de Joao, una negra bien renegrida y mota, cuando le pregunté un día de donde habían venido sus abuelos, o sus bisabuelos, me contestó: "de Portugal". También nos hicimos una escapada de dos días al Recóncavo, a las festas juninas, con as crianzinhas dançando alrededor das fogueiras de Sao Joao. Dormimos en Santo Amaro da Purificaçao, la ciudad donde nacieron y se criaron Maria Betanhia y Caetano Veloso (minino da terra, lo menciona un placa conmemorativa).

También pusimos, en sociedad con Joao, una "barraca na praia" de Itapoa. Yo puse las bebidas (cachaza, ron, vodka), el limón, azúcar, vasos, etc., para preparar caipirinhas, caipiríssimas y caipiroskas. También ollas, un calentador e ingredientes para cocinar. Joao armó la barraca con madera y hojas de palmera. Compramos algunas sillas. Joao cocinaba y preparaba los tragos, todos comíamos y bebíamos, de vez en cuando alguien pasaba con guitarra y tocaba y cantaba, y hasta a veces alguien pagaba algo. Así hasta que se acabó el capital. Y ya era hora de continuar viajando.

Así que nos subimos a un ómnibus y nos fuimos a Valença. Yo ya tenía información precisa de una zona donde quería pasar un tiempo, un archipiélago llamado los "tabuleiros de Valença", con una rica cultura de pescadores.

Paamos un día en un hotel, a todo lujo, y de ahí nos tomamos una lancha (había tres por semana) hasta Morro de Sao Paulo, en la isla de Tinharé. En esa época, solamente vivían allí los pescadores, había algunas casas de gente de Salvador, además de tres o cuatro hippies -incluyendo algún argentino- que se habían instalado en las afueras del pueblo, quién sabe cómo. Aquilamos su casa por un mes a Joaozinho, quien se fue a vivir a la casa de un turista que él tenía a su cuidado. Hice allí un montón de entrevistas y observación antropológica que nunca sistematicé después. Pero ¡qué placer esa estadía! Los pescadores y nosotros, durante un mes, hablando de mareas, peces, pesca, tecnología de pesca, redes, cangrejos de mar y de río, pulpos, langostas. Y por supuesto, comiendo comida de mar.

Tuve, en el medio, tiempo y tranquilidad para hacer una recorrida, en gran parte a pie, por los tabuleiros, de una semana. El primer día salí caminando por la costa, a pie, rumbo al sur, pasé un manglar y cruce una arroyo caminando sobre los cangrejos (pensé que pisando con cuidado, los pies no se hundían y no había mayor peligro de ser mordido) y después de un rato llegué a un pueblito de pescadores llamado Garapuá. Allí dormí en lo de una familia de recolectores de cangrejo, donde estaba parando el marido de una hija, él mismo dueño de una pescadería en Valença, y marido -además- de la hija de unos pescadores en otro pueblo y de la mujer que atendía la pescadería. Una poligamia excelente. A los dos días, alguien me cruzó en su barca a Boipeba, la isla del frente, más al sur, donde llegué enseguida a una gran aldea de pescadores, Velha Boipeba. Allí comí en una posada y salí a caminar. Enseguida me encontré con dos hombres jóvenes, un poco menores que yo, que iban -como yo- vestidos con malla y ojotas. Me preguntaron si había comido y cuando les contesté que sí y dónde, me retaron amablemente diciendo que esas posadas eran para los viajantes de comercio, pero que yo tenía que ir a comer y dormir "a casa da gente" ("a gente" en ese caso, ya eran ellos). Tenían una pelota con la que jugamos, y fuimos a bañarnos a una casilla de baños, donde nos desnudamos, nos bañamos, "jogamos bola", y la cosa no pasó a mayores. Uno era el cuñado del otro y me llevaron a la casa donde vivían ambos, junto con la esposa de uno (que era hermana del otro) y no me acuerdo si hijos. Mientras nos preparábamos para la cena, ella -que resultó ser la mai do santo (muy joven por cierto) de un terreiro de Candomblé- me dijo que tenía que "pegar uma mulher" allí. Estaba por ahí su hermana más joven, y era claro que no estábamos hablando de una relación ocasional. Yo le explique que tenía una esposa -en Morro- y ella me dijo: "pega mais uma".

Unos días después, conseguí seguir viaje en una barca particular, esta vez hacia el oeste, cambiando de isla y desembarcando en la ciudad de Cairú. Quería ver el Convento, famoso por su mayólica, uno de los pocos ejemplos existentes de la mayólica lisboana que se perdió casi totalmente luego del terremoto. Fui a ver al que parecía el único monje que parecía habitar ahí, que me mostró a regañadientes el edificio y trató de hacerme desistir de mi idea de dormir ahí, diciéndome "tein murciegos ... ¡e vampiros!". Por supuesto que me quedé a dormir allí y a comer con el monje, que no era tan mezquino como viejo chocho. A los dos días, estaba viajando en una lancha de pasajeros a Valença. Iba de compañero de viaje el pescadero polígamo, quien estaba seduciendo animadamente a una adolescente que viajaba con su madre.

Ese día o al día siguiente volvía a Morro. Pocos días después, armábamos el equipaje y nos íbamos a Valença los cuatro, para subirnos a un ómnibus y hace el largo viaje hasta Sao Paulo, donde yo había decidido visitar a Amílcar Herrera.

25. GIDEA: Un Grupo Interdisciplinario para el desarrollo de Eco-Alternativas

Así las cosas, mientras coordinaba algunos talleres de Ecología Humana en la sede de Pan Caliente, y los fines de semana nos encontrábamos con algunos amigos en casa en Pablo Nogués, durante 1981 apareció la idea de organizar un grupo de reflexión y acción. Allí estaban, junto conmigo, José Luis Damato, Ricardo Orquera, Horacio Arló. A veces participaba Pipo Lernoud, que siempre estaba en buena disposición para pensar y diseñar.

Otra que era de la partida era Silvia Nakache, una sicóloga que exploraba la mirada y la práctica gestáltica. Con ella llegamos a organizar unos divertidos e interesantes talleres-aldea en casa. Era una persona fantástica. Tenía un novio y se estaba por casar. Un día, comíamos los tres en su casa, y él le preguntó "¿Silvia, por qué se separan las parejas?" Ella le contestó: "Porque se juntan".

En poco tiempo, tuvimos nombre: GIDEA, Grupo Interdisciplinario de Eco-Alternativas. Rodolfo Merlino nos prestó, para funcionar, su espacioso estudio en la calle Cerrito, en el centro de Buenos Aires. Allí organizamos cursos, talleres, y otras actividades, entre las cuales una serie de funciones de cine-debate. Recuerdo que, en medio de la creatividad que campeaba en el lugar, Juan Carlos Kreimer comenzó el diseño de lo que luego fuera su brillante emprendimiento editorial Uno Mismo. También circuló por allí la gente que luego instaló el proyecto Multiversidad de Buenos Aires, impulsado por ese gigantesco activista y pensador de la contracultura, Miguel Grimberg.

Todo esto pasaba mientras en otras escenas de la ciudad y del país, se acercaba a su fin la negra noche de la dictadura militar. Así como Mutantia y El Expreso Imaginario habían sido un sitio de refugio en la lectura, GIDEA, la Multiversidad y otros pequeños grupos de reflexión y acción se constituyeron en espacio de resistencia cultural activa y creadora.

En medio de esta experiencia, María, Pablo, Eva y yo nos fuimos a pasar tres meses en Brasil, donde también estaba yendo a pasar un tiempo Pipo Lernoud, con su entonces pareja, Ana Reig.

24. Un tiempo rur-urbano: viviendo en Pablo Nogués

Alrededor de 1980, conocí a Jorge Pistocchi y Ralph Rotchild. Jorge había sido uno de los editores de la ahora legendaria revista El Expreso Imaginario, que había estado saliendo desde 1976. Una revista impresionante, ya desde la tapa, si consideramos que se publicaba en Buenos Aires en medio de la Tercera Guerra Mundial. La hacían Pistocchi, junto con Alberto Ohanian y mi viejo y querido amigo Pipo Lernoud, actuando como Jefe de Redacción José Luis Damato, quien luego pasaría a otra revista notable de la época: Mutantia, que dirigía Miguel Grimberg. Hace unos años, Ricardo Terriles escribió una interesante Tesina de Licenciatura en Comunicación Social, dedicada íntegramente al Expreso. Cuando yo los conocí, Jorge y Ralph estaban empezando otra revista, Zaff, en la cual colaboré con varios artículos. Inmediatamente después de Zaff, armaron otra revista, Pan Caliente, donde también escribí varios trabajos, incluyendo un artículo que volví a publicar hace poco en mi blog: El Imperio y los Rebeldes.

Mientras escribía colaboraciones para Pan Caliente, ya a fines de 1981, fui conociendo a un conjunto de personajes muy interesantes que estaban vinculados con la revista. Allí se dio, casi espontáneamente, que me pidieron que les organizara cursos sobre temas de Ecología. Retomé un curso de posgrado de Ecología Humana que había armado unos años antes en la Universidad del Salvador y rápidamente se armaron varios grupos. Lo que ganaba con estos cursos me permitió reemplazar parcialmente la merma de ingresos que me representó el cambio de autoridades en la Universidad del Salvador en 1980, a consecuencia del cual perdí los contratos de docencia e investigación que había tenido allí durante dos años. Como un poco antes había conseguido un reparto de champiñones, para lo cual me compré una furgoneta Citroen 3CV usada, el cuadro económico y de comodidades se me había completado satisfactoriamente.

Para esa época, yo ya estaba viviendo en la primera casa que conseguí comprar. Eso fue a principios de 1979. Como mi amigo Daniel González se había querido a vivir solo al centro de la ciudad, me pidió que le dejara la casa de Tapiales, para alquilarla y con esos ingresos, a su vez pagar el alquiler de un departamento. Entonces, con María y mi hijo Pablo, que ya tenía un año de edad, nos fuimos a vivir en la casa de mis entonces suegros, unos humildes trabajadores que vivían en un barrio obrero cercano a la localidad de Polvorines. Fue muy buena esa mudanza, porque como estábamos un poco apretados, yo decidí endeudarme hasta las orejas (me prestaron plata Rosalía González -la madre de Daniel- y Yiyo Starc, y además tomé préstamos del banco Provincia y de la Caja de Ahorro) y comprar una casa muy sencilla, muy poco equipada, pero con tres unidades de vivienda una al lado de la otra. Quedaba en Polvorines, ya muy cerca de la estación Pablo Nogués.

Una de las viviendas la alquilamos, para ayudarnos a salir de deudas. En otra se instaló mi viejo, Benito, quien finalmente había tenido que abandonar el departamento de Callao y Lavalle, al terminar la Ley de Alquileres. Y en la tercera me instalé con María, Pablo y Eva, que acababa de nacer en marzo de 1979. Además, la casa tenía un gran lote (25 metros de frente por cuarenta de fondo) y estaba rodeada por un montón de lotes vacíos. El lugar se prestaba para una buena vida, rur-urbana.

Yo salía varias mañanas por semana a repartir champiñones. De allí me iba a veces a dar clases particulares. Y después, también a veces, a la redacción de Pan Caliente. El resto del tiempo, lo pasaba en casa, donde leía y escribía mucho. Venía seguido Rodolfo Merlino, con el cual estuvimos escribiendo varios ensayos, y a veces iba yo a trabajar y pasarla realmente bien en su casa en Bella Vista. Mi viejo estaba casi todo el tiempo en la casa, con los dos chiquitos, ayudado por una señora que venía a colaborar en las tares domésticas, mientras María se iba a trabajar como enfermera a una fábrica cercana. El viejo se organizó una buena quinta, la pasaba fenómeno con Pablo y Eva y se hacía unos asados fantásticos.

Los fines de semana, venían amigos, de los que se iban nucleando en las reuniones y grupos de Pan Caliente. Con ellos, armamos GIDEA (el Grupo Interdisciplinario para el Desarrollo de Eco-Alternativas), del cual voy a hablar un poco más en el capítulo siguiente.

¿Qué quiere decir "autobiografía autorizada"?

Lo de "autorizada" quiere decir que el Mario Rabey biografiado autoriza al Mario Rabey autor a publicar todo lo que éste dice. De ninguna manera el biografiado se hace responsable por lo que dice el autor. En cuanto a lo que se dice de otras personas, no podemos dar (ni el biografiado ni el autor) ninguna seguridad de estar diciendo la "verdad". Es la escritura de recuerdos personales. De todos modos, cualquiera que quiera dejar de ser mencionado, que cambiemos lo que se dice, que agreguemos otras cosas, en fin, que modifiquemos los "hechos" aquí presentados, puede dejarnos un comentario al respecto.

Mario Rabey y Mario Rabey


Datos personales

Mi foto
El menor de los cuatro hijos de Benito Rabey y Dora Loyber, nací el 2 de abril de 1949. Trabajé desde los 16 años: asistente en un estudio jurídico (1966-1967), gerente de un grupo de industrias culturales –Manal, Mandioca, Mano Editora, Mambo Show- (1968-1970); artesano (1971-1972). Estudié Antropología en la Universidad de Buenos Aires (1972-1976); he sido docente e investigador universitario -desde ayudante de segunda hasta profesor titular, en diversas Universidades de Argentina y del extranjero, profesor de cursos de postgrado sobre ecología humana, evolución, multiculturalismo y estudios latinoamericanos, investigador científico , consultor en proyectos de organizaciones internacionales, nacionales, empresariales y sin fines de lucro. Formación Postdoctoral: Universidad de Texas en Austin - Comisión Fulbright (1990). Padre de cinco hijos: Pablo (34), Eva (32), Adriana (28), Lucía (26) y Nahuel (12).