Así, un día de octubre de 1981, María, Pablo, Eva y yo nos subimos en Valença a un ómnibus que ya venía viajando hacía dos días desde Fortaleza, para bajarnos un día después en
Allí nos tomamos un taxi hasta la casa de Alejandra Herrera, la hija mayor de Amílcar Herrera. No recuerdo si ella sabía que estábamos llegando, ni tampoco sí su padre sabía que yo estaba yendo a visitarlo para conversar sobre La Larga Jornada , un notable libro que había escrito Amílcar, culminando una trayectoria donde se había consolidado primero como uno de los más importantes geólogos de América Latina, para luego ser uno de los impulsores de un pensamiento alternativo en la política de la Ciencia y la Tecnología (junto con ese otro notable de las décadas del ’60 y el 70, Oscar Varsavsky) y luego, como director de la Fundación Bariloche , había dirigido el trabajo y la publicación llamada ¿Catástrofe o Nueva Sociedad?- El Modelo Mundial Latinoamericano, desde el cual un grupo interdisciplinario de científicos contestó al catastrofismo de Los límites del crecimiento, publicado unos años antes por el Club de Roma.
Con Alejandra nos conocíamos desde la época del Colegio Nacional de Buenos Aires, cuando, pese a que ella era unos años menor que yo, habíamos compartido un grupo de referencia y algunas pequeñas aventuras. En esa época, también había conocido en su casa a Amílcar, pero sin mayores consecuencias. Pero ahora, unos meses antes, José Luis Damato me había puesto en contacto con La Larga Jornada , un libro donde Amílcar desarrollaba ampliamente la categoría sintropía –también conocida como negentropía- como tendencia opuesta a la entropía, y que explica la evolución de los sistemas vivientes –y sociales- hacia formas de niveles crecientes de complejidad y auto-organización.
Pasamos entonces algunos días en la casa en Sao Paulo donde Alejandra transcurría su exilio junto con su marido y sus pequeños hijos. Después, nos fuimos a Campinas, donde vivía Amílcar, entonces Director del Instituto de Geociencias de la Universidad Estadual de Sao Paulo. Allí me pasaron dos cosas que transformaron el curso de mi vida durante los siguientes veinte años. En primer lugar, me entusiasmé con al figura de un científico maduro, con un pensamiento interesante, brillante y amplio, dirigiendo un centro de investigación. Hasta ese momento, yo había tenido contacto –e incluso trabajado- con algunos personajes semejantes, pero ninguno me despertó tanta simpatía, empatía y seducción como Amílcar.
CECITEB - Edificio construido aplicando los principios de la tecnología apropiada, tal como fueron establecidos por Amílcar O. Herrera Barrancas, Puna de Jujuy, 1986 |
En segundo lugar, Amílcar me proveyó de un interés para la investigación mucho mayor que el de la mera indagación academicista sobre cuestiones que aún siendo fascinantes -como la ecología cultural de los Andes y su relación con la ritualidad indígena que yo había explorado hasta ese momento con Rodolfo Merlino- no pasaban de constituir un ejercicio intelectual. En esa época, Amílcar estaba dirigiendo un Proyecto –en el marco de la UNU , Universidad de las Naciones Unidas-, sobre investigación y desarrollo de tecnología apropiada, a la cual él entendía como una producción endógena, donde se combinan conocimientos científico-tecnológicos con conocimientos propios de poblaciones locales.
La idea me entusiasmó, conversé largamente con Amílcar sobre su posible implementación en el mundo andino. Cuando emprendimos viaje a Buenos Aires, unos diez o quince días después, yo ya estaba decidido a intentar iniciar un proyecto de tecnología apropiada en la Puna de Jujuy.
Al llegar a Buenos Aires, mientras continuaba la actividad en GIDEA, comencé a armar una presentación para postularme a ingresar en la Carrera del Investigador Científico y Tecnológico del CONICET, con un Plan que titulé "Antropología Aplicada a la Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada", para lo cual preparé, junto con Rodolfo Merlino (quien iba a ser mi Director de Investigación) un artículo con el mismo nombre, que presentamos para su publicación y fue aceptado en una revista especializada que dirigía Roberto Marcellino, un biantropólogo cordobés que tenía una posición importante en el CONICET en aquella época. Aceptaron firmarme notas de referencia el antropólogo Edgardo Cordeu, el abogado Alberto Castells y el médico investigador en neurobiología Jorge Affani (a los dos últimos los había conocido en la Universidad del Salvador, al primero en la UBA). La propuesta fue presentada a principios de 1982 y habría de ser aprobada a fines de año.
Bibliografía de Referencia:
Bibliografía de Referencia:
HERRERA, A. O.,
1981. The Generation of Technologies in Rural Areas. World Development, 9: 21
- 35.
MERLINO, R.O. y M. A. RABEY, 1981 (1983). Antropología Aplicada a la Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada. Publicaciones del Instituto de
Antropología, 37: 7-21.
Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad Nacional de Córdoba.
Argentina.