Integrantes de FAEDA en una mesa redonda con hippies en Primera Plana
Un día, en ese fin de 1967 en que acampábamos en Valeria del Mar, varios de los hippies nos fuimos a Villa Gesell. En esa época, la actual ruta interbalnearia era una huella de arena con ripio encima para que los autos no se quedaran encajados. Era de tarde, y la policía nos paró por la calle. Eramos sencillamente un grupo de chicos muy jóvenes (me parece que en ese paseo no iba con nosotros ninguna chica), casi todos con el pelo largo, la mayoría con barba y vestidos con las ropas más coloridas que habíamos podido conseguir. Debíamos estar bastante limpios porque nos bañábamos y lavábamos la ropa mucho en el mar; aunque supongo que no teníamos una pinta demasiado prolija, para los estándares de la época.
De repente, algunos policías nos pararon y, directamente nos llevaron a la comisaría, sin decirnos nada. Cuando llegamos, pregunté a un oficial por qué nos habían detenido. Me contestó "porque Don Carlos no quiere hippies en la Villa". Supuse que se refería a Don Carlos Gesell, el en ese entonces un poco mítico creador del balneario. No me pareció demasiado verosímil que "Don Carlos" se ocupara de esas cosas, pero no tuve oportunidad de verificarlo. No nos dieron demasiada importancia, y nos dejaron en un calabozo, donde recuerdo que hacía bastante frío. Otros presos nos prestaron unos diarios para acostarnos encima, explicándonos que el papel aísla del frío. Durante la noche, algunos polícías nos despertaron y nos dijerom que nos iban a llevar afuera de Gesell, porque éramos indeseables. Aunque no les habíamos dicho dónde estábamos acampando, ellos sabían: nos subieron a dos jeeps y nos llevaron por el camino hasta cerca de Valeria. Allí nos hicieron bajar y se fueron. Nos pusimos a caminar, buscando la entrada a Valeria. Repentinamente, llegó un Ford Falcon, estoy casi seguro que sin patente y, en mi recuerdo, verde. Varios hombres (creo que cuatro), se bajaron, nos gopearon, nos agarraron a varios y nos cortaron el pelo. Estábamos muy asustados y doloridos. De ninguna manera estábamos preparados para esa situación. Yo pensé que también nos podían matar, porque eran muy fuertes, mucho más fuertes que nosotros, y con una voluntad de pegar que nosotros no teníamos en lo más mínimo. Por el contrario, nosotros éramos activistas de la no violencia.
En cuanto pudimos zafar, empezamos a correr por los médanos. Al principio nos seguían. No me detuve a mirar para atras, pero estaba seguro que nosotros corríamos más rápido que nuestros perseguidores. Cuando llegamos a nuestro campamento, desarmamos todo y nos fuimos.
Un amigo y yo nos fuimos al camping de Ostende, donde nos encontramos acampando con otro muchacho, que era artesano del metal. Tenía bastantes herramientas y algo de cuero. Y nos quedamos con él haciendo artesanías, que vendíamos en Ostende y Pinamar, durante el resto del verano. Ya en marzo de 1968, volví a mi casa en el departamento de la Avenida Callao.
Allí nos seguíamos encontrando varios hippies, que deambulábamos también por distintos bares, especialmente de Corrientes, hasta la mañana, en que íbamos a dormir a distintos lugares, especialmente a mi casa.
En esos días, nos hicieron dos reportajes. Uno en la revista Así. El otro fue una mesa redonda en la revista Primera Plana, donde participamos cuatro hippies -Tanguito, Rafael López Sánchez, Javier Arroyuelo y yo, Mario Rabey-, quienes sostuvimos un fuerte debate con varios integrantes de FAEDA (Federación Argentina de Entidades Democráticas Anticomunistas). Mágicas Ruinas reproduce el artículo y las fotos que lo ilustran. Y que ilustran este capítulo de mi autobiografía.
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