(contra)memorias, por mario rabey


más de cuarenta años de construcción cultural de la Civilización, contra una Civilización que destruye y se destruye


contracultura es la reacción de las culturas

Otras historias

32. Enseñando antropología en la Universidad Nacional de Jujuy

31. Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada


El CONICET me había aprobado -para mi incorporación a su Carrera del Investigador Científico y Tecnológico-, un proyecto denominado PIDTA, o Proyecto de Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada (Merlino y Rabey 1982).

En ese Proyecto, relacionado con el que dirigía entonces Amílcar Herrera en la Universidad de Naciones Unidas, nos proponíamos rescatar tecnologías tradicionales del campesinado indígena andino, combinándolas con tecnologías occidentales, a través de un proceso de experimentos locales, destinados a generar nuevas tecnologías apropiadas y a contrastar hipótesis de antropología social básica. Nuestra innovativa concepción de la antropología aplicada, no solamente divergía así profundamente de la visión desarrollista establecida por George Foster, sino que -difieriendo parcialmente del planteo de Georges Bastide- se proponía también como un camino para la producción teórica.

Obviamente, el planteo epistemológivo del Proyecto no fue comprendido por el medio académico argentino. En el CONICET, tuve que dedicarme a explicar algunas veces cuáles eran los resultados de mi trabajo, porque en general los investigadores que me evaluaban estaban convencidos de que yo hacía alguna especie de aplicación práctica de conocimientos generados por otros. No podían entender el núcleo de la idea: que los indígenas, los campesinos y otras personas sin formación universitaria generan conocimientos teóricos (como base de la generación de técnicas), algo que unos años después comencé a explicar detalladamente. Y que esa generación de conocimientos puede combinarse con la producción de conocimientos teóricos y técnicas característica de las profesiones universitarias occidentales modernas.

Todavía más de doce años después de mi reconocimiento como Investigador por parte del CONICET, en un Concurso para un cargo docente en el Seminario Anual de Investigación del Departamento de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires, uno de los tres integrantes del Jurado dictaminó dejar desierto el Concurso (es decir, perdedores a los dos concursantes), porque la otra concursante no tenía antecedentes suficientes y yo no tenía producción en el campo de la antropología básica, sino en el de la aplicación práctica de la antropología. Los otros dos integrantes del Jurado, en cambio, sencillamente pusieron en primer lugar a la otra competidora, aunque uus antecedentes eran notablemente inferiores a los que yo ya había alcanzado, incluyendo una beca post-doctoral de la Comisión Fulbright.

Los que sí entendieron de qué se trataba mi propuesta fueron los jóvenes graduados de diversas disciplinas (antropología, arquitectura, biología), que se incorporaron a mi equipo -junto con algunos ingenieros e ingenieros agrónomos no tan jóvenes-. Y, muy especialmente, la propuesta fue comprendida por los tecnólogos nativos: los campesinos de varias familias de la puna de Jujuy (en la comunidad de Barrancas) y de la Quebrada de Humahuaca (en Tilcara y sus alrededores).

Varios campesinos se incorporaron con entusiasmo al Proyecto. En Barrancas, un pueblo de la puna donde pasaba casi la mitad de mi tiempo, en estadías de diez a quince días-, la comunidad entera estaba participando, de una manera u otra. En pocos años, habíamos diseñado conjuntamente, etre otros dispositivos:

  • cocinas de ladrillos de adobe (barro crudo), uno de los mteriales de construcción básicos de la tecnología constructiva tradicional de la región;
  • techos con los materiales tradicionales (cañas, barro), combinados con materiales de la experimentación tecnológica local (grasa, cal) y elementos provenientes del medio industrial (cemento, polietileno);
  • semilleros de cultivos andinos, principalmente maíz, utrilizando como base organizativa el sistema tradicional de cultivo "al partir";
  • arreglos para el mejoramiento de los planteles de llamas, también utilizando la técnica social tradicional de "al partir".
Así, en pocos años, nuestro Equipo de Investigación y Desarrollo Andino, EIDEA, había puesto en marcha -junto con una comunidad campesina puneña y varias familias quebradeñas- una serie de experimentos tecnológicos y socioculturales, que estaban:
  • resolviendo problemas prácticos,
  • dejando una fuerte impronta local y regional,
  • afirmando la identidad de estas poblaciones andinas -y entonces promoviendo la sustentabilidad cultural-
  • usando recursos naturales locales en forma más eficiente -y entonces promoviendo la sustentabilidad económica y ecológica-
  • fortaleciendo la autonomía local en la toma de decisiones -y entonces promoviendo la sustentabilidad social-.
Pero lo más interesante de esos experimentos fue que nos permitieron comprender que los campesinos Coya -y ensguida entendimos que lo mismo sucede con todas las poblaciones de cultura tradicional en el mundo- continuamente diseñan y practican experimentos. Y que así es como funciona la cultura.

Comprendimos que la ciencia es experimental -un atributo que el racionalismo epistemológico atribuye exclusivamente a la ciencia occidental moderna-, porque la cultura es experimental.

Comprendimos que el método experimental es propio de todos los sistemas de conocimiento.

30. Nos vamos a vivir a Tilcara. EIDEA: Equipo de Investigación y Desarrollo Andino


De vuelta en Buenos Aires, seguí las actividades con GIDEA, ganándome la vida con los cursos que estaba dictando. Unos meses después, me llegó la noticia. El CONICET había aprobado mi plan de investigación y, consecuentemente, mi incorporación como Investigador de Carrera, una posición con bastantes más honores que remuneración apropiada para vivir.

Para ser Investigador, el CONICET requiere una institución que acepte ser sede de los trabajos del Investigador. Yo había conseguido la firma del Decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Belgrano para tener como sede su Instituto de Planeamiento. Ello implicaba que iba a estar viviendo en Jujuy porque allí iba a realizar mi actividad como antropólogo, pero con sede institucional en Buenos Aires ... lo cual significaba que ni siquiera iba a recibir el adicional remunerativo correspondiente a la zona (en diversas provincias, como Jujuy, se reconocen adicionales en el pago a los investigadores).

Entonces, le pedimos a Daniel González que nos consiguiera un lugar barato para alquilar en Tilcara: en esa época los alquileres eran muy baratos allá. Hoy -con el boom turístico de la Quebrada de Humahuaca y la suba de precios que se ha producido-, sería imposible repetir un esquema como aquél.

Con María preparamos una mudanza que no incluía muebles -excepto, me parece, una vieja heladera-, pero sí colchones, frazadas y sábanas, además de nuestra poco abundante ropa. En Buenos Aires quedaban algunas camas y algún ropero viejo. Despachamos los bultos por tren a Tucumán. Nosotros nos subimos con Pablo y Eva a la Citroneta, con alguna ropa para el viaje y una mañana de marzo de 1983, emprendimos viaje por la Ruta Panamericana, primero con rumbo a Santa Fé. Allí vivía mi hermano Jorge con su esposa Nati y sus tres hijas-.

Pasamos allí una tarde y la noche, y a la mañana siguiente seguimos viaje hasta Santiago del Estero, donde pasamos la noche en la casa de un ingeniero forestal con el cual me había conectado mi amigo Mauricio Prelooker.

Uno de los Cuadernos de EIDEA
A la mañana siguiente, reemprendimos viaje en la Citroneta. Pasamos por Tucumán, donde nos ocupamos de retirar los bultos que habíamos enviado por tren desde Buenos Aires, y reenviarlos como encomienda en camión a Tilcara. Y seguimos viaje. Al atardecer llegamos a Tilcara, a la casa donde vivía Daniel con su esposa Claudia Spione y su hija Natividad (Nati). Pasamos la noche en casa de ellos y al día siguiente nos mudamos a una casita que nos habían conseguido a cien metros del río, enfrente del que entonces era un próspero floricultor, Don Cruz Mendoza, y al lado da la casa del dueño de la propiedad, Rubén Pérez.

Había comenzado una de las etapas más creativas y de satisfactoria vida cotidiana de toda mi vida. En esa época, Tiilcara solamente recibía algunos turistas en verano, especialmente en enero, en sus dos o tres hoteles. Algunos habitantes -aunque realmente pocos- de la élite de San Salvador de Jujuy tenían una casa allí, que utilizaban -ellos y sus amigos- para pasar algunos fines de semana, eventualmente algunos días de las vacaciones de invierno, y una temporada en verano. Además, recibía en verano, pero especialmente en Carnaval, la visita de muchos tilcareños que vivían en San Salvador y en ciudades más al sur. A diferencia de Maimará y Humahuaca, otras dos localidades cercanas de la Quebrada de Humahuaca, Tilcara, como Purmamarca, era todavía un lugar reservado para la gente del lugar. Había entonces muy escasa gente de otros lugares extra-regionales -vivía en Tilcara alguna gente del resto de la Quebrada de Humahuaca, así como algunos nativos de la Puna y algunos bolivianos-. Prácticamente, la presencia permanente de gente nativa de lugares extraños a la región se restringía a los González y nosotros. Peter Edmunds, el hijo de un inglés que había tenido un cargo muy alto en el Ingenio azucarero La Esperanza, en San Pedro de Jujuy, vivía allí desde hacía años, por haberse casado con una jujeña con propiedad en el lugar.

En cuanto llegué a Tilcara, organicé mi equipo. En primer lugar, obviamente, incorporé a Daniel González, que se había recibido de antropólogo hacía algunos años y vivía de su sueldo en la Dirección de Cultura de la Provincia, trabajando primero en el Museo de la Posta de Hornillos (dirigido en esa época por el maravilloso Jorge Staude). Daniel había hecho trabajo de campo conmigo desde hacia dos o tres años, especialmente en el año anterior, mientras seleccionábamos el sitio para el Proyecto de Tecnología Apropiada. Además, incorporé a un arquitecto que vivía en Salvador de Jujuy, Rodolfo Rotondaro, quien estaba trabajando para la Municipalidad haciendo trabajos de rutina. Durante ese año, los ayudé a armar sendos planes para el CONICET, con los cuales cada uno de ellos obtuvo una Beca de Investigación dentro del proyecto. También se incorporaba al proyecto el biólogo Rodolfo Tecchi, quien poco después sería Secretario Académico de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. También lo hacía su entonces esposa, la Geoóloga Graciela Bianchini.

En poco tiempo comenzaron nuestras actividades en Barrancas y en Tilcara, de las cuales hablaré más en detalle en el próximo capítulo.

Para sustentar institucionalmente al proyecto, creamos -sin ninguna formalidad- el Equipo de Investigación y Desarrollo Andino -EIDEA-, donde se incorporaron, además dos ingenieros jujeños, ambos profesores de la Facultad de Ingeniería de la UNJu (Universidad Nacional de Jujuy): Liliana Alemán y Adrián Canelada. Desde EIDEA presentamos la solicitud para -y obtuvimos- la beca de Iniciación en el CONICET de de Daniel Raúl González, dirigido por Rodolfo Merlino y co-dirigido por mí. Lo notable, es que EIDEA tenía mucha existencia real pero casi no tenía existencia formal,si es que tenía alguna. Organizamos eventos, editamos una publicación, hacíamos investigación, teníamos intercambio con investigadores e instituciones de diversos países. Pero nosotros no teníamos dependencia de ninguna  institución ni estábamos inscriptos en ningun registro.

29. La guerra de las Malvinas y la preparación para ir a Jujuy

Cuando llegamos de Brasil hacia fines de 1981, retomamos rápidamente nuestras actividades en GIDEA. Mercedes Viegas, que actuaba como Secretaria del Grupo, había organizado algunas actividades en la sede, incluyendo talleres de Ecología Humana y del Proyecto Aldeas.

También organizamos algunos talleres intensivos, de un día o dos, en mi casa en Pablo Nogués, en relación con el Proyecto Aldeas, junto con la sicóloga Silvia Nakache.

Poco a poco, me tuve que ir ocupando más activamente de mi preparación para presentarme en el Concurso del CONICET.

Pero en el medio de todo esto, tuve tiempo para retomar las preocupaciones políticas. Luego de varios años de durísima represión, donde solamente se escuchaban las voces contestatarias y denunciantes de las Madres de Plaza de Mayo, y las voces metafóricas (pero no por eso menos valientes) del mundo del rock'n roll, especialmente el notable Charly García, quien un más de un año antes había presentado en público y grabado la Canción de Alicia en el País. Era una inteligente y poderosa denuncia de lo que estaba pasando en Argentina en los años de la dictadura militar y del terrorismo de Estado.

El 31 de marzo de 1982, el dirigente gremial peronista Saúl Ubaldini convocó a un acto en Plaza de Mayo, con la consigna "Paz, Pan y Trabajo". Allí fui, con algunos amigos. La policía reprimió con brutalidad y hubo un muerto y diez heridos. Había comenzado la cuenta regresiva de la dictadura.

Al día siguiente, yo estaba viajando a Jujuy. Tenía que elegir el sitio de la Puna donde iba a hacer mi trabajo de campo en el marco del proyecto que estaba preparando para el CONICET. El 2 de abril (mi cumpleaños), Daniel González -que se había mudado a Jujuy unos meses antes-, me estaba esperando. Fuimos a pasear por la ciudad y a buscar cómo viajar a la Puna. Mientras tratábamos de conseguir un vehículo apropiado, nos enteramos de la noticia. Galtieri había comenzado la guerra de las Malvinas, tratando de generar un hecho que evitara el deterioro político de la dictadura. No pudo evitarlo: al contrario, lo agravó con la derrota. La derrota de Argentina en la guerra fue el triunfo de Gran Bretaña, cuya Primera Ministra, Margaret Thatcher, la "Dama de Hierro", consiguió con la euforia del triunfo revertir el fuerte deterioro que estaba sufriendo su imagen entre sus ciudadanos. Al año siguiente, gracias a este repunte de su popularidad, triunfaría rotundamente en las elecciones. Y ello le permitiría aplicar un programa de mano dura, con recetas económicas neoliberales, incluyendo privatización de empresas estatales, eliminación de programas de ayuda social. Para imponerlo, tuvo que acudir a una fortísima represión de una huelga de mineros, a consecuencia de la cual, miles de trabajadores resultaron heridos por la policía.

Yo estaba en Jujuy gracias a una invitación que la Sociedad de Arquitectos de la Provincia (que luego se convertiría en Consejo Profesional de Arquitectos) realizara a Rubén Pesci -con quien yo estaba colaborando desde hacía un año- para dar una serie de conferencias. Rubén me invitó a darlas con él, y allí estábamos.

Luego de las conferencias, salí con Daniel para la Puna. Estuvimos viajando durante diez días. Fuimos a tres lugares: Yavi, Paicone y Barrancas, que habíamos pre-seleccionado tratando de cubrir una gama espacial y de situaciones locales lo más amplia posible.

Al final del viaje, en base a un análisis comparativo de los tres sitios y a la sensibilidad que nos había despertado la relación con cada lugar y su gente, decidimos que el sitio para la realización del proyecto iba a ser Barrancas, una aldea cuyo nombre oficial era Abdón Castro Tolay.

Durante la estadía en Jujuy, mientras Rubén y yo dábamos el curso sobre Arquitectura y Ambiente, conocimos a un joven arquitecto, que iba a colaborar estrechamente conmigo durante varios años: Rodolfo Rotondaro. Rodolfo, además de sumarse al proyecto de Tecnología Apropiada en la Puna, preparó un nuevo curso para Rubén y yo, que se iba a dar varios meses después.

Para el nuevo curso, con Rubén decidimos incorporar también a un ecólogo. Yo propuse (y Rubén aceptó) a Rodolfo Tecchi -a quien había conocido e incorporado a varias actividades durante mi paso por la Universidad del Salvador-, quien también se incorporó al nuevo equipo. Se estaba armando el equipo interdisciplinario -que el año siguiente llamaríamos EIDEA- que tuvo a su cargo la ejecución del proyecto que el CONICET me aprobaría unos meses después.

28. Una relación fuerte: Rubén Pesci y CEPA

Unos meses antes del viaje a Brasil que relaté en los dos textos anteriores -y donde conocí a Amílcar Herrera-, conocí a y trabajé junto con otra de las personas que más influyeron en mi carrera profesional. Me refiero al arquitecto Rubén Pesci, quien en ese momento estaba festejando el quinto aniversario de CEPA (Centro de Estudios y Proyectos Ambientales), un grupo que él había fundado en La Plata junto con otros tres platenses: Omar Accatoli, Antonio Rossi e Iván Reimondi.

Un año antes, yo había conocido a otra arquitecta platense, Teresita Núñez, quien estaba asistiendo a uno de los cursos de posgrado -Ecología Humana o Ecología Urbana- que yo organizaba en la Universidad del Salvador. Teresita me dijo que yo tenía que conocer a Rubén y me llevó a verlo a la Universidad de Belgrano, donde él estaba dirigiendo una Carrera de Posgrado en Proyectación Ambiental. La idea de Rubén, que me pareció -y me sigue pareciendo- brillante, tal cual la expresaba en ese curso y más adelante la plasmó con mayor vigor en FLACAM (Facultad Latino Americana de Ciencias Ambientales), era formar profesionales del proyecto (ambiental no como cualidad agregada, sino como cualidad necesaria en todo proyecto), a través de la formulación y seguimiento real de proyectos.

Rubén sostenía la necesidad de un saber transdisciplinario, una idea que me resultó completamente seductora y me incorporé como antropólogo al Curso de Proyectación Ambiental y a varios proyectos de CEPA. Esta relación fue muy fuerte durante los años 1991 y 1992. Mi mudanza posterior a Jujuy convirtió esta relación en un vínculo a distancia, pero no así menos intenso. Cada vez que había un encuentro organizado por Rubén (como las Jornadas de Proyectación Ambiental y los Congresos -primero Argentino y luego Latinoamericano- del Ambiente), yo estaba invitado, participando habitualmente como coordinadosr de alguna comisión de trabajo. En esos encuentros participaban también algunas personas con quienes mantuve en esa época o más adelante, importantes relaciones en el camino de la producción de conocimientos. Entre ellos, recuerdo con especial afecto al arquitecto Arturo Montagú, la geógrafa Elena Chiozza y los ecólogos Jorge Morello y Nora Prudkin.

Rubén fue, además quien, mientras yo estaba viviendo en Tilcara, en 1983-1984, me puso en contacto con el equipo de Reservas de Biósfera del MAB (Man and the Biosphere Programme) de la UNESCO, en cuyo marco se organizó el proyecto colaborativo con Chile y se diseñó lo que luego sería Reserva de Biósfera de Pozuelos, de las que hablaré más adelante.

27. Amílcar Herrera y el Proyecto de Tecnología Apropiada en los Andes


Así, un día de octubre de 1981, María, Pablo, Eva y yo nos subimos en Valença a un ómnibus que ya venía viajando hacía dos días desde Fortaleza, para bajarnos un día después en la Rodoviaria de Sao Paulo.

Allí nos tomamos un taxi hasta la casa de Alejandra Herrera, la hija mayor de Amílcar Herrera. No recuerdo si ella sabía que estábamos llegando, ni tampoco sí su padre sabía que yo estaba yendo a visitarlo para conversar sobre La Larga Jornada, un notable libro que había escrito Amílcar, culminando una trayectoria donde se había consolidado primero como uno de los más importantes geólogos de América Latina, para luego ser uno de los impulsores de un pensamiento alternativo en la política de la Ciencia y la Tecnología (junto con ese otro notable de las décadas del ’60 y el 70, Oscar Varsavsky) y luego, como director de la Fundación Bariloche , había dirigido el trabajo y la publicación llamada ¿Catástrofe o Nueva Sociedad?- El Modelo Mundial Latinoamericano, desde el cual un grupo interdisciplinario de científicos contestó al catastrofismo de Los límites del crecimiento, publicado unos años antes por el Club de Roma.

Con Alejandra nos conocíamos desde la época del Colegio Nacional de Buenos Aires, cuando, pese a que ella era unos años menor que yo, habíamos compartido un grupo de referencia y algunas pequeñas aventuras. En esa época, también había conocido en su casa a Amílcar, pero sin mayores consecuencias. Pero ahora, unos meses antes, José Luis Damato me había puesto en contacto con La Larga Jornada, un libro donde Amílcar desarrollaba ampliamente la categoría sintropía –también conocida como negentropía- como tendencia opuesta a la entropía, y que explica la evolución de los sistemas vivientes –y sociales- hacia formas de niveles crecientes de complejidad y auto-organización.

Pasamos entonces algunos días en la casa en Sao Paulo donde Alejandra transcurría su exilio junto con su marido y sus pequeños hijos. Después, nos fuimos a Campinas, donde vivía Amílcar, entonces Director del Instituto de Geociencias de la Universidad Estadual de Sao Paulo. Allí me pasaron dos cosas que transformaron el curso de mi vida durante los siguientes veinte años. En primer lugar, me entusiasmé con al figura de un científico maduro, con un pensamiento interesante, brillante y amplio, dirigiendo un centro de investigación. Hasta ese momento, yo había tenido contacto –e incluso trabajado- con algunos personajes semejantes, pero ninguno me despertó tanta simpatía, empatía y seducción como Amílcar.
CECITEB - Edificio construido aplicando los principios de
la tecnología apropiada, tal como fueron establecidos por Amílcar O. Herrera
Barrancas, Puna de Jujuy, 1986

En segundo lugar, Amílcar me proveyó de un interés para la investigación mucho mayor que el de la mera indagación academicista sobre cuestiones que aún siendo fascinantes -como la ecología cultural de los Andes y su relación con la ritualidad indígena que yo había explorado hasta ese momento con Rodolfo Merlino- no pasaban de constituir un ejercicio intelectual. En esa época, Amílcar estaba dirigiendo un Proyecto –en el marco de la UNU, Universidad de las Naciones Unidas-, sobre investigación y desarrollo de tecnología apropiada, a la cual él entendía como una producción endógena, donde se combinan conocimientos científico-tecnológicos con conocimientos propios de poblaciones locales.
La idea me entusiasmó, conversé largamente con Amílcar sobre su posible implementación en el mundo andino. Cuando emprendimos viaje a Buenos Aires, unos diez o quince días después, yo ya estaba decidido a intentar iniciar un proyecto de tecnología apropiada en la Puna de Jujuy.

Al llegar a Buenos Aires, mientras continuaba la actividad en GIDEA, comencé a armar una presentación para postularme a ingresar en la Carrera del Investigador Científico y Tecnológico del CONICET, con un Plan que titulé "Antropología Aplicada a la Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada", para lo cual preparé, junto con Rodolfo Merlino (quien iba a ser mi Director de Investigación) un artículo con el mismo nombre, que presentamos para su publicación y fue aceptado en una revista especializada que dirigía Roberto Marcellino, un biantropólogo cordobés que tenía una posición importante en el CONICET en aquella época. Aceptaron firmarme notas de referencia el antropólogo Edgardo Cordeu, el abogado Alberto Castells y el médico investigador en neurobiología Jorge Affani (a los dos últimos los había conocido en la Universidad del Salvador, al primero en la UBA). La propuesta fue presentada a principios de 1982 y habría de ser aprobada a fines de año.

Bibliografía de Referencia:

HERRERA, A. O., 1981. The Generation of Technologies in Rural Areas. World Development, 9: 21 - 35.

MERLINO, R.O. y M. A. RABEY, 1981 (1983). Antropología Aplicada a la Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada. Publicaciones del Instituto de Antropología, 37: 7-21. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad Nacional de Córdoba. Argentina.


26. Una estadía en Brasil, en familia, en 1981

Nos sacamos unos pasajes de ida en avión y nos fuimos de un tirón a Salvador, Bahia, una ciudad donde yo había estado diez años antes carnavaleando junto con Pedro y Hernán Pujó y Julio Salvidea. Ahora, el viaje era con mi esposa María y mis dos primeros hijos Pablo y Eva, que entonces tenían tres y dos años.

Llegando al aeropuerto de Salvador, nos alquilamos un Wolkswagen (un escarabajo) y nos fuimos para el lado del centro histórico, para Praça da Sé, un bello lugar en cuyos extremos están la Catedral y la Iglesia de San Francisco. Allí nos ubicamos en un hotel muy popular y barato. En esa época, el casco histórico era un barrio popular (los turistas iban poco y los bahianos de clase media para arriba solamente iban a misa). Al costado, comenzaba el Pelourinho, en esa época un área de hábitat muy popular, bastante desordenado y divertido, donde incluso se encontraban gallinas y chanchos por las calles (que obviamente vivían en las casas con sus dueños). Praça da Sé era entonces una zona de putas, que empezaban su trabajo bastante temprano por cierto. Las más lindas estaban habitualmente en un lugar más destacado, una especie de plataforma, donde había una cruz de unos dos metros de alto, que parecía marcar un lugar aproximadamente intemedio entre las dos iglesias. Las chicas se encariñaron enseguida con Pablo y Eva ("as crianzinhas").

En tren de conocer de todo, y aprovechando el auto, uno de esos días fuimos a Itapua, que entonces estaba dejando de ser un pueblo de pescadores negros, y se estaba conurbando en Salvador. Nos sentamos a comer unos pescados en un restaurancito cerca del mar y nos atendió muy bien un mozo supersonriente. A los dos o tres días, volvimos para pasear por la playa de Itapua, y mientras caminábamos, vimos un grupito de jóvenes (negros), en malla, agrupados al lado de unas rocas, y haciendo algo que no alcanzábamos a divisar. Para nuestra sorpresa (y susto), uno de ellos vino corriendo hacia nosotros. Era Joao, el mozo de unos días antes, que venía a ofrecernos una pinaúna, un erizo de mar: los habían estado recogiendo entre las rocas y lo que veíamos era el grupo de muchachos asando los erizos.

Claro que ahí nos hicimos amigos y, en pocos días, Joao nos había conseguido una buena casa en alquiler, de estilo local, cerca de la playa y a muy buen precio. Allí nos quedamos un mes, tiempo en el cual apareció gente nueva. Pipo Lernoud llegó y alquiló una casita cerca. Después llegó Claudio Kleinman, a quien habia conocido en Pan Caliente, que se quedó en casa un tiempo. Desde entonces recién volví e encontrarlo después de haber escrito estas notas, en un concierto organizado por Luis Calcagno y Patricia Mo, desde Mucha Madera, en La Casona de Colombres, en marzo de 2009. Lo volví a encontrar tocando la guitarra y cantando blues, como la última vez que lo había visto, recostado en una hamaca paraguaya en nuestra casa en Itapuá, veintiocho años antes.

Nosotros fuimos a varios terreiros al candomblé, incluyendo un par de candomblés de caboclo, uno de los cuales era el de Itapoá, donde participamos en una batida de candomblé dedicada al "cumpleaños de la patria" - siete de septiembre, día de la Independencia (le hicieron torta con velitas y le cantaron "parabeins pra você", mientras las filhas do santo entraban en trance y eran cabalgadas cada una por su respectivo santo da cabeza)-. También pasaron por ahí una turma de hippies brasileros y argentinos, en un colectivo y se fueron para Arembepe, un pueblito de pescadores más alejado. También comimos mucha comida bahiana en base a pescado (moqueca de peixe, sopado de peixe), porque Joao era un cocinero excelente. La mujer de Joao, una negra bien renegrida y mota, cuando le pregunté un día de donde habían venido sus abuelos, o sus bisabuelos, me contestó: "de Portugal". También nos hicimos una escapada de dos días al Recóncavo, a las festas juninas, con as crianzinhas dançando alrededor das fogueiras de Sao Joao. Dormimos en Santo Amaro da Purificaçao, la ciudad donde nacieron y se criaron Maria Betanhia y Caetano Veloso (minino da terra, lo menciona un placa conmemorativa).

También pusimos, en sociedad con Joao, una "barraca na praia" de Itapoa. Yo puse las bebidas (cachaza, ron, vodka), el limón, azúcar, vasos, etc., para preparar caipirinhas, caipiríssimas y caipiroskas. También ollas, un calentador e ingredientes para cocinar. Joao armó la barraca con madera y hojas de palmera. Compramos algunas sillas. Joao cocinaba y preparaba los tragos, todos comíamos y bebíamos, de vez en cuando alguien pasaba con guitarra y tocaba y cantaba, y hasta a veces alguien pagaba algo. Así hasta que se acabó el capital. Y ya era hora de continuar viajando.

Así que nos subimos a un ómnibus y nos fuimos a Valença. Yo ya tenía información precisa de una zona donde quería pasar un tiempo, un archipiélago llamado los "tabuleiros de Valença", con una rica cultura de pescadores.

Paamos un día en un hotel, a todo lujo, y de ahí nos tomamos una lancha (había tres por semana) hasta Morro de Sao Paulo, en la isla de Tinharé. En esa época, solamente vivían allí los pescadores, había algunas casas de gente de Salvador, además de tres o cuatro hippies -incluyendo algún argentino- que se habían instalado en las afueras del pueblo, quién sabe cómo. Aquilamos su casa por un mes a Joaozinho, quien se fue a vivir a la casa de un turista que él tenía a su cuidado. Hice allí un montón de entrevistas y observación antropológica que nunca sistematicé después. Pero ¡qué placer esa estadía! Los pescadores y nosotros, durante un mes, hablando de mareas, peces, pesca, tecnología de pesca, redes, cangrejos de mar y de río, pulpos, langostas. Y por supuesto, comiendo comida de mar.

Tuve, en el medio, tiempo y tranquilidad para hacer una recorrida, en gran parte a pie, por los tabuleiros, de una semana. El primer día salí caminando por la costa, a pie, rumbo al sur, pasé un manglar y cruce una arroyo caminando sobre los cangrejos (pensé que pisando con cuidado, los pies no se hundían y no había mayor peligro de ser mordido) y después de un rato llegué a un pueblito de pescadores llamado Garapuá. Allí dormí en lo de una familia de recolectores de cangrejo, donde estaba parando el marido de una hija, él mismo dueño de una pescadería en Valença, y marido -además- de la hija de unos pescadores en otro pueblo y de la mujer que atendía la pescadería. Una poligamia excelente. A los dos días, alguien me cruzó en su barca a Boipeba, la isla del frente, más al sur, donde llegué enseguida a una gran aldea de pescadores, Velha Boipeba. Allí comí en una posada y salí a caminar. Enseguida me encontré con dos hombres jóvenes, un poco menores que yo, que iban -como yo- vestidos con malla y ojotas. Me preguntaron si había comido y cuando les contesté que sí y dónde, me retaron amablemente diciendo que esas posadas eran para los viajantes de comercio, pero que yo tenía que ir a comer y dormir "a casa da gente" ("a gente" en ese caso, ya eran ellos). Tenían una pelota con la que jugamos, y fuimos a bañarnos a una casilla de baños, donde nos desnudamos, nos bañamos, "jogamos bola", y la cosa no pasó a mayores. Uno era el cuñado del otro y me llevaron a la casa donde vivían ambos, junto con la esposa de uno (que era hermana del otro) y no me acuerdo si hijos. Mientras nos preparábamos para la cena, ella -que resultó ser la mai do santo (muy joven por cierto) de un terreiro de Candomblé- me dijo que tenía que "pegar uma mulher" allí. Estaba por ahí su hermana más joven, y era claro que no estábamos hablando de una relación ocasional. Yo le explique que tenía una esposa -en Morro- y ella me dijo: "pega mais uma".

Unos días después, conseguí seguir viaje en una barca particular, esta vez hacia el oeste, cambiando de isla y desembarcando en la ciudad de Cairú. Quería ver el Convento, famoso por su mayólica, uno de los pocos ejemplos existentes de la mayólica lisboana que se perdió casi totalmente luego del terremoto. Fui a ver al que parecía el único monje que parecía habitar ahí, que me mostró a regañadientes el edificio y trató de hacerme desistir de mi idea de dormir ahí, diciéndome "tein murciegos ... ¡e vampiros!". Por supuesto que me quedé a dormir allí y a comer con el monje, que no era tan mezquino como viejo chocho. A los dos días, estaba viajando en una lancha de pasajeros a Valença. Iba de compañero de viaje el pescadero polígamo, quien estaba seduciendo animadamente a una adolescente que viajaba con su madre.

Ese día o al día siguiente volvía a Morro. Pocos días después, armábamos el equipaje y nos íbamos a Valença los cuatro, para subirnos a un ómnibus y hace el largo viaje hasta Sao Paulo, donde yo había decidido visitar a Amílcar Herrera.

¿Qué quiere decir "autobiografía autorizada"?

Lo de "autorizada" quiere decir que el Mario Rabey biografiado autoriza al Mario Rabey autor a publicar todo lo que éste dice. De ninguna manera el biografiado se hace responsable por lo que dice el autor. En cuanto a lo que se dice de otras personas, no podemos dar (ni el biografiado ni el autor) ninguna seguridad de estar diciendo la "verdad". Es la escritura de recuerdos personales. De todos modos, cualquiera que quiera dejar de ser mencionado, que cambiemos lo que se dice, que agreguemos otras cosas, en fin, que modifiquemos los "hechos" aquí presentados, puede dejarnos un comentario al respecto.

Mario Rabey y Mario Rabey


Datos personales

Mi foto
El menor de los cuatro hijos de Benito Rabey y Dora Loyber, nací el 2 de abril de 1949. Trabajé desde los 16 años: asistente en un estudio jurídico (1966-1967), gerente de un grupo de industrias culturales –Manal, Mandioca, Mano Editora, Mambo Show- (1968-1970); artesano (1971-1972). Estudié Antropología en la Universidad de Buenos Aires (1972-1976); he sido docente e investigador universitario -desde ayudante de segunda hasta profesor titular, en diversas Universidades de Argentina y del extranjero, profesor de cursos de postgrado sobre ecología humana, evolución, multiculturalismo y estudios latinoamericanos, investigador científico , consultor en proyectos de organizaciones internacionales, nacionales, empresariales y sin fines de lucro. Formación Postdoctoral: Universidad de Texas en Austin - Comisión Fulbright (1990). Padre de cinco hijos: Pablo (34), Eva (32), Adriana (28), Lucía (26) y Nahuel (12).