Nos sacamos unos pasajes de ida en avión y nos fuimos de un tirón a Salvador, Bahia, una ciudad donde yo había estado diez años antes
carnavaleando junto con Pedro y Hernán Pujó y Julio Salvidea. Ahora, el viaje era con mi esposa María y mis dos primeros hijos Pablo y Eva, que entonces tenían tres y dos años.
Llegando al aeropuerto de Salvador, nos alquilamos un Wolkswagen (un escarabajo) y nos fuimos para el lado del centro histórico, para Praça da Sé, un bello lugar en cuyos extremos están la Catedral y la Iglesia de San Francisco. Allí nos ubicamos en un hotel muy popular y barato. En esa época, el casco histórico era un barrio popular (los turistas iban poco y los bahianos de clase media para arriba solamente iban a misa). Al costado, comenzaba el Pelourinho, en esa época un área de hábitat muy popular, bastante desordenado y divertido, donde incluso se encontraban gallinas y chanchos por las calles (que obviamente vivían en las casas con sus dueños). Praça da Sé era entonces una zona de putas, que empezaban su trabajo bastante temprano por cierto. Las más lindas estaban habitualmente en un lugar más destacado, una especie de plataforma, donde había una cruz de unos dos metros de alto, que parecía marcar un lugar aproximadamente intemedio entre las dos iglesias. Las chicas se encariñaron enseguida con Pablo y Eva ("as crianzinhas").
En tren de conocer de todo, y aprovechando el auto, uno de esos días fuimos a Itapua, que entonces estaba dejando de ser un pueblo de pescadores negros, y se estaba conurbando en Salvador. Nos sentamos a comer unos pescados en un restaurancito cerca del mar y nos atendió muy bien un mozo supersonriente. A los dos o tres días, volvimos para pasear por la playa de Itapua, y mientras caminábamos, vimos un grupito de jóvenes (negros), en malla, agrupados al lado de unas rocas, y haciendo algo que no alcanzábamos a divisar. Para nuestra sorpresa (y susto), uno de ellos vino corriendo hacia nosotros. Era Joao, el mozo de unos días antes, que venía a ofrecernos una
pinaúna, un erizo de mar: los habían estado recogiendo entre las rocas y lo que veíamos era el grupo de muchachos asando los erizos.
Claro que ahí nos hicimos amigos y, en pocos días, Joao nos había conseguido una buena casa en alquiler, de estilo local, cerca de la playa y a muy buen precio. Allí nos quedamos un mes, tiempo en el cual apareció gente nueva. Pipo Lernoud llegó y alquiló una casita cerca. Después llegó Claudio Kleinman, a quien habia conocido en Pan Caliente, que se quedó en casa un tiempo. Desde entonces recién volví e encontrarlo después de haber escrito estas notas, en un concierto organizado por Luis Calcagno y Patricia Mo, desde
Mucha Madera, en La Casona de Colombres, en marzo de 2009. Lo volví a encontrar tocando la guitarra y cantando blues, como la última vez que lo había visto, recostado en una hamaca paraguaya en nuestra casa en Itapuá, veintiocho años antes.
Nosotros fuimos a varios terreiros al candomblé, incluyendo un par de candomblés de caboclo, uno de los cuales era el de Itapoá, donde participamos en una batida de candomblé dedicada al "cumpleaños de la patria" - siete de septiembre, día de la Independencia (le hicieron torta con velitas y le cantaron "parabeins pra você", mientras las filhas do santo entraban en trance y eran cabalgadas cada una por su respectivo santo da cabeza)-. También pasaron por ahí una turma de hippies brasileros y argentinos, en un colectivo y se fueron para Arembepe, un pueblito de pescadores más alejado. También comimos mucha comida bahiana en base a pescado (moqueca de peixe, sopado de peixe), porque Joao era un cocinero excelente. La mujer de Joao, una negra bien renegrida y mota, cuando le pregunté un día de donde habían venido sus abuelos, o sus bisabuelos, me contestó: "de Portugal". También nos hicimos una escapada de dos días al Recóncavo, a las festas juninas, con as crianzinhas dançando alrededor das fogueiras de Sao Joao. Dormimos en Santo Amaro da Purificaçao, la ciudad donde nacieron y se criaron Maria Betanhia y Caetano Veloso (minino da terra, lo menciona un placa conmemorativa).
También pusimos, en sociedad con Joao, una "barraca na praia" de Itapoa. Yo puse las bebidas (cachaza, ron, vodka), el limón, azúcar, vasos, etc., para preparar caipirinhas, caipiríssimas y caipiroskas. También ollas, un calentador e ingredientes para cocinar. Joao armó la barraca con madera y hojas de palmera. Compramos algunas sillas. Joao cocinaba y preparaba los tragos, todos comíamos y bebíamos, de vez en cuando alguien pasaba con guitarra y tocaba y cantaba, y hasta a veces alguien pagaba algo. Así hasta que se acabó el capital. Y ya era hora de continuar viajando.
Así que nos subimos a un ómnibus y nos fuimos a Valença. Yo ya tenía información precisa de una zona donde quería pasar un tiempo, un archipiélago llamado los "tabuleiros de Valença", con una rica cultura de pescadores.
Paamos un día en un hotel, a todo lujo, y de ahí nos tomamos una lancha (había tres por semana) hasta Morro de Sao Paulo, en la isla de Tinharé. En esa época, solamente vivían allí los pescadores, había algunas casas de gente de Salvador, además de tres o cuatro hippies -incluyendo algún argentino- que se habían instalado en las afueras del pueblo, quién sabe cómo. Aquilamos su casa por un mes a Joaozinho, quien se fue a vivir a la casa de un turista que él tenía a su cuidado. Hice allí un montón de entrevistas y observación antropológica que nunca sistematicé después. Pero ¡qué placer esa estadía! Los pescadores y nosotros, durante un mes, hablando de mareas, peces, pesca, tecnología de pesca, redes, cangrejos de mar y de río, pulpos, langostas. Y por supuesto, comiendo comida de mar.
Tuve, en el medio, tiempo y tranquilidad para hacer una recorrida, en gran parte a pie, por los tabuleiros, de una semana. El primer día salí caminando por la costa, a pie, rumbo al sur, pasé un manglar y cruce una arroyo caminando sobre los cangrejos (pensé que pisando con cuidado, los pies no se hundían y no había mayor peligro de ser mordido) y después de un rato llegué a un pueblito de pescadores llamado Garapuá. Allí dormí en lo de una familia de recolectores de cangrejo, donde estaba parando el marido de una hija, él mismo dueño de una pescadería en Valença, y marido -además- de la hija de unos pescadores en otro pueblo y de la mujer que atendía la pescadería. Una poligamia excelente. A los dos días, alguien me cruzó en su barca a Boipeba, la isla del frente, más al sur, donde llegué enseguida a una gran aldea de pescadores, Velha Boipeba. Allí comí en una posada y salí a caminar. Enseguida me encontré con dos hombres jóvenes, un poco menores que yo, que iban -como yo- vestidos con malla y ojotas. Me preguntaron si había comido y cuando les contesté que sí y dónde, me retaron amablemente diciendo que esas posadas eran para los viajantes de comercio, pero que yo tenía que ir a comer y dormir "a casa da gente" ("a gente" en ese caso, ya eran ellos). Tenían una pelota con la que jugamos, y fuimos a bañarnos a una casilla de baños, donde nos desnudamos, nos bañamos, "jogamos bola", y la cosa no pasó a mayores. Uno era el cuñado del otro y me llevaron a la casa donde vivían ambos, junto con la esposa de uno (que era hermana del otro) y no me acuerdo si hijos. Mientras nos preparábamos para la cena, ella -que resultó ser la
mai do santo (muy joven por cierto) de un terreiro de Candomblé- me dijo que tenía que "pegar uma mulher" allí. Estaba por ahí su hermana más joven, y era claro que no estábamos hablando de una relación ocasional. Yo le explique que tenía una esposa -en Morro- y ella me dijo: "pega mais uma".
Unos días después, conseguí seguir viaje en una barca particular, esta vez hacia el oeste, cambiando de isla y desembarcando en la ciudad de Cairú. Quería ver el Convento, famoso por su mayólica, uno de los pocos ejemplos existentes de la mayólica lisboana que se perdió casi totalmente luego del terremoto.
Fui a ver al que parecía el único monje que parecía habitar ahí, que me mostró a regañadientes el edificio y trató de hacerme desistir de mi idea de dormir ahí, diciéndome "tein murciegos ... ¡e vampiros!". Por supuesto que me quedé a dormir allí y a comer con el monje, que no era tan mezquino como viejo chocho. A los dos días, estaba viajando en una lancha de pasajeros a Valença. Iba de compañero de viaje el pescadero polígamo, quien estaba seduciendo animadamente a una adolescente que viajaba con su madre.
Ese día o al día siguiente volvía a Morro. Pocos días después, armábamos el equipaje y nos íbamos a Valença los cuatro, para subirnos a un ómnibus y hace el largo viaje hasta Sao Paulo, donde yo había decidido visitar a Amílcar Herrera.