En 1975, con la Universidad nuevamente abierta y sus claustros limpiados de política por medio de la fuerza y la intimidación, mientras el país real estaba completamente convulsionado y ensangrentado, me inscribí en todas las materias que pude, con la idea de terminar mis estudios ese año, cosa que prácticamente conseguí.
Entre las materias que cursé, estaba el Seminario de Folklore, a cargo de Rodolfo Merlino. Rodolfo era un abogado conservador, muy estudioso, uno de los pocos profesores que tenían una mirada seria de la práctica antropológica, especialmente en lo que hace a su valorización del trabajo de campo. Nos hizo participar de una bella experiencia educativa, donde ilustraba con muy buenas diapositivas su presentación de la cultura de la Puna argentina.
A partir de ese Seminario, Rodolfo y yo iniciamos una experiencia de colaboración y trabajo conjunto, mutuamente enriquecedora, que nos hizo compartir interminables -e inolvidables- horas de charlas alrededor del mate y la ginebra, en su amplia, rústica y confortable casa de Bella Vista, sentados delante del hogar o caminando por el amplio parque. Un par de años después, hicimos nuestro primer trabajo de campo juntos, de unos dos meses de duración, que replicamos cada año hasta 1981. Pero de estos viajes y sus resultados voy a hablar con más detalle dentro de tres o cuatro capítulos.
Mientras tanto, déjenme recordar ese año aburrido, trivial, con una Facultad que se había vuelto gris y donde habían retornado unos profesores que, además de fachos -como en general lo eran- resultaban profundamente anticuados, desactualizados y desangelados. Aparte de Merlino -que brillaba solitario-, de ninguna de las materias y seminarios que tuve que cursar y aprobar para terminar la Carrera guardo el más mínimo recuerdo interesante.
En cuanto a mis amigos, por entonces sufrí una terrible pérdida. "El flaco" Mario Ramos, el uruguayo que me había ayudado durante casi un año brindándome alojamiento y comida, que él y un compatriota pagaban con su trabajo, un día estaba tomando un café con una chica en la mesa de un bar, junto a una ventana. Se paró para ir al baño, o algo así. En ese momento, una tremenda explosión reventó en algún lugar del bar. La onda expansivo lo levanto al flaco, con tanta mala suerte que se lo llevo por la ventana y lo chocó de cabeza contra un poste de cemento de alumbrado público. Murió enseguida.
La bomba -dijeron después los policías que nos vinieron a joder durante el velorio del Flaco- la habría estado preparando en el bar una integrante de una organización armada -quien también murió ahí mismo-, y habría estado destinado al dirigente radical Ricardo Balbín.
Para entonces, yo ya estaba haciendo investigación en la Fundación Antropológica Argentina.
Ángel Stanich en Sala Aftasí, Badajoz
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Anoche tuve varias sorpresas, agradables a saber: la gran actuación de
Angel Stanich en la Sala Aftasí de Badajoz, un lugar sumamente agradable,
ambas cosa...
Hace 10 años
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