Llegando al aeropuerto de Salvador, nos alquilamos un Wolkswagen (un escarabajo) y nos fuimos para el lado del centro histórico, para Praça da Sé, un bello lugar en cuyos extremos están la Catedral y la Iglesia de San Francisco. Allí nos ubicamos en un hotel muy popular y barato. En esa época, el casco histórico era un barrio popular (los turistas iban poco y los bahianos de clase media para arriba solamente iban a misa). Al costado, comenzaba el Pelourinho, en esa época un área de hábitat muy popular, bastante desordenado y divertido, donde incluso se encontraban gallinas y chanchos por las calles (que obviamente vivían en las casas con sus dueños). Praça da Sé era entonces una zona de putas, que empezaban su trabajo bastante temprano por cierto. Las más lindas estaban habitualmente en un lugar más destacado, una especie de plataforma, donde había una cruz de unos dos metros de alto, que parecía marcar un lugar aproximadamente intemedio entre las dos iglesias. Las chicas se encariñaron enseguida con Pablo y Eva ("as crianzinhas").
En tren de conocer de todo, y aprovechando el auto, uno de esos días fuimos a Itapua, que entonces estaba dejando de ser un pueblo de pescadores negros, y se estaba conurbando en Salvador. Nos sentamos a comer unos pescados en un restaurancito cerca del mar y nos atendió muy bien un mozo supersonriente. A los dos o tres días, volvimos para pasear por la playa de Itapua, y mientras caminábamos, vimos un grupito de jóvenes (negros), en malla, agrupados al lado de unas rocas, y haciendo algo que no alcanzábamos a divisar. Para nuestra sorpresa (y susto), uno de ellos vino corriendo hacia nosotros. Era Joao, el mozo de unos días antes, que venía a ofrecernos una pinaúna, un erizo de mar: los habían estado recogiendo entre las rocas y lo que veíamos era el grupo de muchachos asando los erizos.
Claro que ahí nos hicimos amigos y, en pocos días, Joao nos había conseguido una buena casa en alquiler, de estilo local, cerca de la playa y a muy buen precio. Allí nos quedamos un mes, tiempo en el cual apareció gente nueva. Pipo Lernoud llegó y alquiló una casita cerca. Después llegó Claudio Kleinman, a quien habia conocido en Pan Caliente, que se quedó en casa un tiempo. Desde entonces recién volví e encontrarlo después de haber escrito estas notas, en un concierto organizado por Luis Calcagno y Patricia Mo, desde Mucha Madera, en La Casona de Colombres, en marzo de 2009. Lo volví a encontrar tocando la guitarra y cantando blues, como la última vez que lo había visto, recostado en una hamaca paraguaya en nuestra casa en Itapuá, veintiocho años antes.
Nosotros fuimos a varios terreiros al candomblé, incluyendo un par de candomblés de caboclo, uno de los cuales era el de Itapoá, donde participamos en una batida de candomblé dedicada al "cumpleaños de la patria" - siete de septiembre, día de la Independencia (le hicieron torta con velitas y le cantaron "parabeins pra você", mientras las filhas do santo entraban en trance y eran cabalgadas cada una por su respectivo santo da cabeza)-. También pasaron por ahí una turma de hippies brasileros y argentinos, en un colectivo y se fueron para Arembepe, un pueblito de pescadores más alejado. También comimos mucha comida bahiana en base a pescado (moqueca de peixe, sopado de peixe), porque Joao era un cocinero excelente. La mujer de Joao, una negra bien renegrida y mota, cuando le pregunté un día de donde habían venido sus abuelos, o sus bisabuelos, me contestó: "de Portugal". También nos hicimos una escapada de dos días al Recóncavo, a las festas juninas, con as crianzinhas dançando alrededor das fogueiras de Sao Joao. Dormimos en Santo Amaro da Purificaçao, la ciudad donde nacieron y se criaron Maria Betanhia y Caetano Veloso (minino da terra, lo menciona un placa conmemorativa).
También pusimos, en sociedad con Joao, una "barraca na praia" de Itapoa. Yo puse las bebidas (cachaza, ron, vodka), el limón, azúcar, vasos, etc., para preparar caipirinhas, caipiríssimas y caipiroskas. También ollas, un calentador e ingredientes para cocinar. Joao armó la barraca con madera y hojas de palmera. Compramos algunas sillas. Joao cocinaba y preparaba los tragos, todos comíamos y bebíamos, de vez en cuando alguien pasaba con guitarra y tocaba y cantaba, y hasta a veces alguien pagaba algo. Así hasta que se acabó el capital. Y ya era hora de continuar viajando.
Así que nos subimos a un ómnibus y nos fuimos a Valença. Yo ya tenía información precisa de una zona donde quería pasar un tiempo, un archipiélago llamado los "tabuleiros de Valença", con una rica cultura de pescadores.
Paamos un día en un hotel, a todo lujo, y de ahí nos tomamos una lancha (había tres por semana) hasta Morro de Sao Paulo, en la isla de Tinharé. En esa época, solamente vivían allí los pescadores, había algunas casas de gente de Salvador, además de tres o cuatro hippies -incluyendo algún argentino- que se habían instalado en las afueras del pueblo, quién sabe cómo. Aquilamos su casa por un mes a Joaozinho, quien se fue a vivir a la casa de un turista que él tenía a su cuidado. Hice allí un montón de entrevistas y observación antropológica que nunca sistematicé después. Pero ¡qué placer esa estadía! Los pescadores y nosotros, durante un mes, hablando de mareas, peces, pesca, tecnología de pesca, redes, cangrejos de mar y de río, pulpos, langostas. Y por supuesto, comiendo comida de mar.



Ese día o al día siguiente volvía a Morro. Pocos días después, armábamos el equipaje y nos íbamos a Valença los cuatro, para subirnos a un ómnibus y hace el largo viaje hasta Sao Paulo, donde yo había decidido visitar a Amílcar Herrera.
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